BUSCAD AL SEÑOR MIENTRAS PUEDA SER HALLADO (Isaías 55:6-9)
6. “Buscad al Señor mientras pueda ser hallado, llamadle mientras esté cerca.”
La lógica nos diría que debemos buscar al Señor en todo tiempo, sin pausa.
El profeta dice que lo busquemos mientras puede ser hallado, cuando esté cerca.
Entonces, ¿Cuándo no puede ser hallado, cuándo no está cerca?
Eclesiastés 3:6 dice que hay un tiempo para intentar y otro para desistir.
Eclesiastés 3:6 dice que hay un tiempo para intentar y otro para desistir.
¿Acaso quiere decir que hay un tiempo para perder contacto con Dios?
El mismo Isaías dice, algunos capítulos más adelante, que las iniquidades del pueblo hicieron que Dios oculte su rostro “para no oír” (Isaías 59:2).
Eso quiere decir que Dios se aparta de nosotros cuando nuestros pecados colman su paciencia.
Hay un tiempo en que el Señor puede no ser hallado. Entonces inútil será que clamemos y lo busquemos porque no querrá oír nuestra voz. Inútil será que clamemos en busca de ayuda cuando le hemos ofendido, porque cerrará sus oídos a nuestra voz, como le ocurrió más de una vez al pueblo de Israel. Pero también es verdad que nunca clamaremos en vano si lo hacemos de todo corazón, para reconocer nuestros pecados y arrepentirnos.
Hay ocasiones en que pareciera que Dios cierra sus oídos porque Él considera conveniente que experimentemos las consecuencias de nuestras malas decisiones, porque sólo entonces escarmentamos y valoramos la cercanía de Dios. Proverbios describe esas ocasiones en que Dios paga al hombre con la misma moneda con la que lo hemos tratado: “Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, sino que desechasteis todo consejo mío y mi reprensión no quisisteis, también yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; cuando viniere como una destrucción lo que teméis, y vuestra calamidad llegare como un torbellino… Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos.” (Proverbios 1:24-31).
No es Dios quien se aleja de nosotros, somos nosotros quienes nos alejamos de Él. Entonces, en efecto, no podrá ser hallado por nuestra culpa, no por deseo suyo, ya que Él dice en otro lugar que apenas abrimos la boca, Él ya sabe lo que queremos decirle. (Sal 139:4).
Jesús dijo una vez a los judíos: “Me buscaréis y no me hallaréis.” (Juan 7:34). Él vino a la tierra para buscar a los suyos, pero ellos lo rechazaron y hasta lo mataron. Entonces Él dijo que se iría a un lugar donde ellos, los que lo rechazaron y asesinaron, no podrían ir (Juan 8:21).
De nosotros depende pues que se deje hallar, pese a que su deseo es tener siempre comunión con nosotros. Pero si lo ofendemos, si contristamos su Santo Espíritu, difícilmente podremos hallarlo para tener comunión con Él, aunque lo busquemos.
La intimidad con Jesús debe ser cultivada diariamente. Si la descuidamos, y nos enfriamos, nos será difícil renovar o recuperar la intimidad perdida. Él se aleja de nosotros porque nosotros nos alejamos de Él. Pero Santiago dice: “Acercaos al Señor, y Él se acercará a vosotros.” (Santiago 4:8). Si nos hemos alejado de Él, arrepintámonos de nuestra tibieza, pidámosle perdón y busquémoslo nuevamente con ansias renovadas, y Él se dejará hallar como si nunca hubiese cerrado los oídos a nuestra voz. Notemos que según Jeremías, hay una correspondencia semejante entre el buscar y el hallar, pero él agrega un motivo para que al buscar culmine en el hallar: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.” (Jeremías 29:13) Si el hombre no busca a Dios con toda su alma sino tibiamente, corre peligro de no hallarlo. Pero si lo hace sinceramente, de cierto lo encontrará.
Hay un tiempo en que el Señor puede no ser hallado. Entonces inútil será que clamemos y lo busquemos porque no querrá oír nuestra voz. Inútil será que clamemos en busca de ayuda cuando le hemos ofendido, porque cerrará sus oídos a nuestra voz, como le ocurrió más de una vez al pueblo de Israel. Pero también es verdad que nunca clamaremos en vano si lo hacemos de todo corazón, para reconocer nuestros pecados y arrepentirnos.
Hay ocasiones en que pareciera que Dios cierra sus oídos porque Él considera conveniente que experimentemos las consecuencias de nuestras malas decisiones, porque sólo entonces escarmentamos y valoramos la cercanía de Dios. Proverbios describe esas ocasiones en que Dios paga al hombre con la misma moneda con la que lo hemos tratado: “Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, sino que desechasteis todo consejo mío y mi reprensión no quisisteis, también yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; cuando viniere como una destrucción lo que teméis, y vuestra calamidad llegare como un torbellino… Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos.” (Proverbios 1:24-31).
No es Dios quien se aleja de nosotros, somos nosotros quienes nos alejamos de Él. Entonces, en efecto, no podrá ser hallado por nuestra culpa, no por deseo suyo, ya que Él dice en otro lugar que apenas abrimos la boca, Él ya sabe lo que queremos decirle. (Sal 139:4).
Jesús dijo una vez a los judíos: “Me buscaréis y no me hallaréis.” (Juan 7:34). Él vino a la tierra para buscar a los suyos, pero ellos lo rechazaron y hasta lo mataron. Entonces Él dijo que se iría a un lugar donde ellos, los que lo rechazaron y asesinaron, no podrían ir (Juan 8:21).
De nosotros depende pues que se deje hallar, pese a que su deseo es tener siempre comunión con nosotros. Pero si lo ofendemos, si contristamos su Santo Espíritu, difícilmente podremos hallarlo para tener comunión con Él, aunque lo busquemos.
La intimidad con Jesús debe ser cultivada diariamente. Si la descuidamos, y nos enfriamos, nos será difícil renovar o recuperar la intimidad perdida. Él se aleja de nosotros porque nosotros nos alejamos de Él. Pero Santiago dice: “Acercaos al Señor, y Él se acercará a vosotros.” (Santiago 4:8). Si nos hemos alejado de Él, arrepintámonos de nuestra tibieza, pidámosle perdón y busquémoslo nuevamente con ansias renovadas, y Él se dejará hallar como si nunca hubiese cerrado los oídos a nuestra voz. Notemos que según Jeremías, hay una correspondencia semejante entre el buscar y el hallar, pero él agrega un motivo para que al buscar culmine en el hallar: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.” (Jeremías 29:13) Si el hombre no busca a Dios con toda su alma sino tibiamente, corre peligro de no hallarlo. Pero si lo hace sinceramente, de cierto lo encontrará.
7. “Deje el impío sus caminos y el hombre inicuo sus pensamientos y vuélvase al Señor que tendrá de él misericordia, y a nuestro Dios que es rico en perdonar.”
El profeta hace una invocación apremiante al pecador para que abandone su mala vida y deje de hacer el mal (como se hace en otros lugares del Antiguo Testamento: Isaías 1:16; Salmos 34:14; 37:27) de lo contrario él será la principal víctima de sus propias maldades.
Este versículo es la continuación natural del versículo precedente. Después de haber exhortado a todos a buscar a Dios, Isaías hace un llamado a todos al arrepentimiento, porque así como Dios se deja hallar de todo el que lo busca sinceramente, de igual manera Él no deja de perdonar al que se arrepiente de todo corazón.
Este versículo es la continuación natural del versículo precedente. Después de haber exhortado a todos a buscar a Dios, Isaías hace un llamado a todos al arrepentimiento, porque así como Dios se deja hallar de todo el que lo busca sinceramente, de igual manera Él no deja de perdonar al que se arrepiente de todo corazón.
¿Y quién no tiene necesidad de arrepentirse si todos, de una manera u otra, le hemos fallado?
Podría pensarse que este llamado al arrepentimiento está dirigido sólo a los que viven alejados de Dios, a los que le han dado la espalda y viven sumidos en una vida pecaminosa; pero no está dirigida sólo a ellos, sino también a quienes se proponen servirle; porque aun éstos están llenos de debilidades y no son perfectos, e incluso, a veces se dejan llevar por la hipocresía.
En este versículo se enuncian los dos aspectos, o pasos, de la conversión. El primero es dejar, abandonar el pecado; el segundo es volverse a Dios. El primero estaría incompleto sin el segundo, porque sin la ayuda de Dios sería imposible perseverar en el buen camino, y muy pronto se recaería en pecado.
Después expresa el motivo por el cual el hombre puede siempre volverse al Señor confiando en que será escuchado, y éste no es otro sino que Dios está siempre dispuesto a perdonar, porque su naturaleza es amor. Pablo escribió: “Donde abundó el pecado, sobreabundó mucho más la gracia.” (Romanos 5:20)
El habla de los caminos del hombre que se aleja de Dios, es decir, de su conducta, la cual está determinada por sus pensamientos, porque el comportamiento de una persona es consecuencia de lo que piensa. Hay una correlación íntima entre lo que pensamos y lo que hacemos. Nadie hace lo contrario de lo que piensa, sino que su conducta sigue la dirección que sus pensamientos le señalan.
Es cierto en contraparte, que en cierta medida nuestra conducta influye también en nuestros pensamientos, porque una vez tomada cierta dirección equivocada, tratamos de justificarla con argumentos que aplaquen nuestra conciencia. Pero la influencia mayor es la primera.
En este versículo se enuncian los dos aspectos, o pasos, de la conversión. El primero es dejar, abandonar el pecado; el segundo es volverse a Dios. El primero estaría incompleto sin el segundo, porque sin la ayuda de Dios sería imposible perseverar en el buen camino, y muy pronto se recaería en pecado.
Después expresa el motivo por el cual el hombre puede siempre volverse al Señor confiando en que será escuchado, y éste no es otro sino que Dios está siempre dispuesto a perdonar, porque su naturaleza es amor. Pablo escribió: “Donde abundó el pecado, sobreabundó mucho más la gracia.” (Romanos 5:20)
El habla de los caminos del hombre que se aleja de Dios, es decir, de su conducta, la cual está determinada por sus pensamientos, porque el comportamiento de una persona es consecuencia de lo que piensa. Hay una correlación íntima entre lo que pensamos y lo que hacemos. Nadie hace lo contrario de lo que piensa, sino que su conducta sigue la dirección que sus pensamientos le señalan.
Es cierto en contraparte, que en cierta medida nuestra conducta influye también en nuestros pensamientos, porque una vez tomada cierta dirección equivocada, tratamos de justificarla con argumentos que aplaquen nuestra conciencia. Pero la influencia mayor es la primera.
La misericordia se inclina al perdón. El que es rico en misericordia lo será también en perdones, porque la misericordia lo inclina a eso. El hombre cruel, déspota e implacable, en cambio, es rico en castigar y avaro en perdonar; cultiva sus rencores como si fueran un tesoro y no sueña sino en vengarse.
Pero la naturaleza de Dios es distinta. ¿A cuál de los dos debemos nosotros imitar? Jesús dijo que deberíamos perdonar setenta veces siete, es decir, siempre, para que seamos perfectos como nuestro Padre Celestial, el cual nunca deja de perdonar y ama aún al que lo ofende. ¿Podemos nosotros hacer eso? ¿Amar al que nos injuria? Solamente haciéndolo podremos asemejarnos a Él y ser dignos hijos suyos (Mateo 5:44-48).
8. “Porque mis pensamientos no son (como) vuestros pensamientos, y mis caminos no son (como) vuestros caminos, dice el Señor.”
8. “Porque mis pensamientos no son (como) vuestros pensamientos, y mis caminos no son (como) vuestros caminos, dice el Señor.”
Este versículo y el siguiente expresan de una manera muy gráfica el abismo que separa al hombre de Dios, cuán diferentes son el uno y el otro.
Esta diferencia se aplica en primer lugar al hecho de que contrariamente al hombre que es rencoroso y vengativo, Dios es misericordioso y perdonador. Ésta no es la única diferencia, pero es quizá la más importante para el hombre en términos prácticos: Dios no se cansa de perdonar y siempre está dispuesto a hacerlo con tal de que el hombre se vuelva a Él sinceramente. Ésta es la realidad de Dios. Él dijo de sí mismo que era “tardo para la ira y grande en misericordia”. (Éxodo 34:6). Dios perdona al hombre porque lo ama ya que es su criatura, y es consciente de todas sus falencias y debilidades. Él está siempre dispuesto a inclinarse amorosamente al hombre que le pide su ayuda, o que le pide perdón.
Pero no sólo en ese sentido son los pensamientos de Dios y sus maneras de obrar diferentes a las del hombre, sino en muchísimos otros más. La mayor diferencia se deriva del hecho de que Él es eterno, esto es, está fuera del tiempo y, por tanto, su perspectiva es totalmente otra; mientras que el hombre vive en el tiempo; su vida física es temporal y es, por tanto, limitado en comparación.
Dios es omnisciente, lo sabe todo. El hombre es por esencia ignorante y tiene que luchar, como lo ha hecho a través de los siglos, para ampliar sus escasos conocimientos, y ¡cuán limitados son todavía!
Dios conoce todo del hombre; el hombre sólo conoce de Dios lo que Él mismo le ha revelado.
El hombre ignora los secretos más profundos de la naturaleza y de la vida, pero ellos son transparentes para Dios porque Él las ha creado. Por eso es que el hombre debe inclinarse en reverencia delante de Dios para adorarlo, porque él no es nada comparado con Dios: “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo visites?” (Salmo 8:4)
Pero cuanto más reconozca el hombre su bajeza y su nulidad, más dispuesto estará Dios a levantarlo y bendecirlo. ¡Reconoce que tus caminos, tus maneras de obrar, tus pensamientos y afectos, son muy distintos de los de Dios, y pídele que Él te llene de los suyos, y te haga comprender misterios que tú nunca soñaste y que tu mente no podría alcanzar!
9. “Porque cuanto son altos los cielos sobre la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos.”
Este versículo compara la altura del cielo con la distancia que separa a los caminos y pensamientos divinos de los caminos y pensamientos humanos; la forma cómo Dios obra, de la manera cómo actúa el hombre. Resumiendo: Los caminos y pensamientos de Dios son celestiales; los caminos y pensamientos del hombre son terrenales. La distancia inconmensurable que separa el cielo de la tierra nos da una idea de la distancia que separa los pensamientos de Dios de los pensamientos del hombre, y por qué los pensamientos de Dios son incomprensibles para el ser humano. El salmo 139 lo expresa bellamente: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender.” (Salmo 139:6)
Usando la misma figura podríamos decir que Dios ve el panorama humano desde arriba, de muy alto; y su mirada abarca todo el universo, a la vez que el más minúsculo detalle, mientras que la mirada del hombre es limitada, y sólo ve el exterior de las cosas y de las personas; no ve lo que ocurre detrás de las paredes, ni en el interior del alma humana.
El hombre estudia e investiga para saber; Dios conoce todo al instante, porque nada de la realidad le escapa. El escaso conocimiento que tiene el hombre de la realidad física es el resultado de mucho esfuerzo acumulado durante generaciones; Dios lo sabe todo sin esfuerzo alguno, porque lo penetra todo y porque todo lo que existe ha sido creado, diseñado por Él.
Por eso dice el salmo ya citado: “Mi embrión vieron tus ojos y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que luego fueron formadas.” (Salmo 139:16). La mirada de Dios abarca simultáneamente el pasado, el presente, el futuro y aún las cosas más escondidas de la naturaleza. Ve el engendrar, el crecer de la criatura en el vientre, y el nacer humano; y sabe todo lo que hará cada persona en los años de vida que le conceda, si bien ese conocer suyo de antemano no limita la libertad del hombre.
Usando la misma figura podríamos decir que Dios ve el panorama humano desde arriba, de muy alto; y su mirada abarca todo el universo, a la vez que el más minúsculo detalle, mientras que la mirada del hombre es limitada, y sólo ve el exterior de las cosas y de las personas; no ve lo que ocurre detrás de las paredes, ni en el interior del alma humana.
El hombre estudia e investiga para saber; Dios conoce todo al instante, porque nada de la realidad le escapa. El escaso conocimiento que tiene el hombre de la realidad física es el resultado de mucho esfuerzo acumulado durante generaciones; Dios lo sabe todo sin esfuerzo alguno, porque lo penetra todo y porque todo lo que existe ha sido creado, diseñado por Él.
Por eso dice el salmo ya citado: “Mi embrión vieron tus ojos y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que luego fueron formadas.” (Salmo 139:16). La mirada de Dios abarca simultáneamente el pasado, el presente, el futuro y aún las cosas más escondidas de la naturaleza. Ve el engendrar, el crecer de la criatura en el vientre, y el nacer humano; y sabe todo lo que hará cada persona en los años de vida que le conceda, si bien ese conocer suyo de antemano no limita la libertad del hombre.
Fuente: José Belaunde M.